Su nombre, Victoria, evoca un triunfo militar. Sus alas de plumas parecen referirse a la libertad que da el vuelo. Su cuerpo pétreo, vestido con una sutil tela, y sus insinuantes curvas femeninas tienen algo de erotismo. La posición adelantada de su pierna derecha denota firmeza pero, al mismo tiempo, confiere levedad a la figura. Echamos de menos su cabeza y sus brazos, pero imaginamos aquélla de gran belleza y éstos en movimiento, acordes con tan hermosa figura. A su alrededor parece oler a mar y si prestamos atención quizás podamos aún oír el batir de las olas, mientras el fuerte viento se agita contra la escultura.
Su elaborada talla y su posición en una de las más amplias escaleras del Museo del Louvre, que la hacen ser objeto de las miradas de miles de personas cada día, han hecho de ella una de las más conocidas esculturas del mundo griego: la Victoria de Samotracia. El conjunto, realizado en mármol, alcanza casi los 3,3 metros de altura, ya que la Victoria va situada, como si de un mascarón se tratase, sobre un pedestal que semeja la proa de un navío.
Se debate aún quién pudo ser el autor de tan soberbia obra. Algunos la atribuyen al escultor Pitócritos de Rodas, pero no se dispone de certeza irrebatible. Quien fuese que la tallase, alcanzó aquí uno de los cénits de la escultura no sólo de época helenística, sino de toda la cultura griega antigua, por no decir de todos los tiempos. Parece, en todo caso, que podemos asignarla a un autor de la escuela de Rodas que representó el momento en el que la Victoria alada se posa en la proa del navío, haciendo frente al propio movimiento del barco y a la fuerza del viento.
Esto último explica el tratamiento dado a la vestimenta que la cubre, completamente pegada al cuerpo, sobre todo en la parte frontal, en la que la finura del tejido deja entrever el estómago e, incluso, el ombligo. Este hecho no nos resulta tan extraño a quienes vivimos en Sevilla. Recordemos que la estatua que corona la Giralda, aun hecha en bronce y más de mil setecientos años posterior, emplea el mismo tratamiento. Reflejar el efecto del viento sobre el cuerpo de un personaje, sobre todo femenino, es siempre un recurso interesante para un escultor y, al mismo tiempo, un reto considerable.
Este gusto por pegar los ropajes al cuerpo, hasta hacer evidentes algunas de sus partes, documenta una técnica a la que ya había recurrido Fidias durante el siglo V a.C: los paños mojados. Pero la Victoria de Samotracia tiene más detalles de interés.
Fijaos en la abundancia de pliegues de la parte inferior de la escultura, y en cómo se organizan en distintas direcciones, dando idea de que la Victoria se enfrenta a un verdadero remolino ascendente que quisiera atraparla. Ved cómo se cruza el manto por delante de las piernas o cómo la vestimenta se proyecta con rotundidad hacia atrás en el lado derecho del personaje. Asombraos de la longitud de las alas y de cómo se disponen las plumas, también sometidas al ritmo y la dirección del viento. Disfrutad de las curvas y de la delicada sensación de movimiento e inestabilidad que transmite esta obra.
Quienes encargaron la Victoria de Samotracia no sólo conmemoraban un triunfo bélico; también hacían todo un canto a las fuerzas de la naturaleza, al viento y al mar. Pero imbuidos del antropocentrismo que caracterizó a toda la cultura griega, dejaron constancia de que esas fuerzas naturales podían ser dominadas por la figura de una Victoria. Con forma humana, aunque tuviese alas.
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